Hace algunas semanas, una persona cercana a mí me pidió que le ayudara con la revisión de un trabajo académico que debía presentar a comienzos de septiembre.
Cuando le eché un vistazo, vi que había un gran trabajo hecho, se había leído muchísima documentación, notas y referencias a libros, artículos, ponencias y otra bibliografía estaban por todos lados y las hipótesis y las conclusiones eran claras. Sin embargo, aún era necesario dar cuerpo a todo el documento, revisar que se cumplían las normas de citación para cada elemento de la bibliografía y cumplir muchos otros aspectos.
Lo primero que hicimos fue tratar de saber qué quedaba por hacer para dar por concluido el trabajo. Elaboramos una lista de los puntos pendientes: revisión de citas, síntesis, abstract en inglés, palabras clave, relectura del documento para comprobar los errores gramaticales o de expresión, cumplir con los estilos de la institución académica, incluir mapas de localización, etc. Mucho por hacer y sólo quedaban unas semanas para entregar.
Después de preparada la lista, la priorizamos, colocando siempre en los primeros puestos aquellas tareas que eran imprescindibles para poder entregar el trabajo, seguidas luego de aquellas otras que sólo darían puntos extra o no eran imprescindibles para el aprobado.
Cuando la lista estaba avanzada nos dábamos cuenta de que necesitábamos añadir nuevos elementos a la lista. Preparábamos una nueva lista y volvíamos a priorizar siempre con la idea en mente de ‘Si tuviéramos que entregar mañana ¿qué tendríamos que tener hecho?’ A medida que íbamos eliminando elementos de la lista comprobábamos que las tareas eran cada vez de menor importancia y dificultad y la desesperanza del principio daba paso a las ganas de dar los últimos remates al trabajo.
Finalmente se completó el trabajo dos días antes de la fecha tope de entrega. El día anterior se dedicó a una última lectura y revisión entregándolo solo unas horas después.
Podemos llamarlo Ágil, GTD o simple sentido común pero ¡yo prefiero trabajar así!