Cierto verano una cigarra andaba ociosa por el campo cuando descubrió a una pequeña hormiga que corría atareada de acá para allá.
– ¿Qué haces? le preguntó la cigarra.
– La Reina me ha pedido que comience a construir un nuevo hormiguero, contestó la hormiga.
– Pero si ya tienen uno a solo unos metros, inquirió sorprendida la cigarra.
– Sí, dijo la hormiga, pero se nos está quedando pequeño y en invierno, con las lluvias, se moja lo que hemos recolectado.
La cigarra, dispuesta a aprender de sus laboriosas amigas, pensó que era buena idea eso de prepararse para el invierno. Las hojas y ramas con las que construyó su refugio el año pasado se estaban secando y no estaría mal tener un nuevo hogar en el que pasar cómodamente el invierno.
Rápidamente tomó una decisión y se puso a planear el estupendo refugio que iba a construirse. Ahora que tenía tiempo lo construiría con todas las comodidades posibles. Sería la envidia de todo el prado. Incluso desde más allá del seto de cipreses querrían venir a ver su nuevo hogar. Tendría grandes ventanales para que entrase mucha luz y diseñaría un ingenioso sistema de poleas que le evitaría tener que andar entrando y saliendo del granero para dejar lo recogido.
La hormiga en cambio tenía un plan. En agosto construiría la primera estancia que serviría de granero. Así, si este año las lluvias comenzaban pronto, tendría por lo menos algo de hueco extra en el que dejar la recolección. Después planificó el resto del trabajo según su importancia. Si no le daba tiempo a terminarlo todo tendría, por lo menos, construidas las partes más importantes.
Para septiembre excavaría un agujero donde hacer la sala donde dejar las primeras larvas del año. En octubre construiría una estancia adicional para ampliar aún más la capacidad del granero y por último, en noviembre terminaría el trabajo construyendo una última estancia donde poder cultivar hongos.
Mientras, la cigarra andaba preocupada por tener un salón lo suficientemente grande y contar con una estructura enorme para dar cabida a todas las habitaciones, despensas y mecanismos que tenía pensados. Andaba de un lado para otro buscando los materiales que necesitaría para poner en pie los grandes planes que tenía en la cabeza.
Ya en octubre cayeron las primeras lluvias pero la cigarra no tenía siquiera un refugio básico en el que guarecerse. Además, el agua le arruinó algunas de las primeras construcciones que tenía a medio hacer y las tuvo que volver a comenzar. Luego llegó noviembre y el tiempo se puso feo. Fue necesario apurar el trabajo y comenzar a trabajar de sol a sol.
Las primeras lluvias de octubre hicieron pensar a la hormiga que algo podría salir mal y decidió probar si el trabajo hecho les sería útil. Comenzó a llenar con grano el nuevo hormiguero y pronto se dio cuenta que el agujero de entrada era demasiado pequeño para entrar con hojas grandes y que debía elevarlo un poco más si quería evitar que entrase el agua o el barro por él. Fue necesario parar el trabajo para arreglar esto.
El invierno llegó pronto también ese año para la hormiga que se dio cuenta de que no tendría tiempo suficiente para construir la última de las estancias, así que decidió hacer en su lugar una entrada adicional por si una piedra o un enemigo bloqueaba la principal.
A la cigarra, en cambio, el mal tiempo la pilló desprevenida. No sabía muy bien qué estaba terminado y qué no. Lo que se había dado por terminado no había sido usado en todo ese tiempo y ahora no había tiempo para mejorarlo si había que corregir algo. El invierno había llegado y no se podía seguir trabajando.
En su nuevo refugio, bajo las goteras, la cigarra se prometió a sí misma que esto no le volvería a pasar: El año que viene trabajaré el doble de horas que la hormiga, se dijo.