En el siglo V antes de Cristo cierto ingeniero romano fue designado para dirigir la construcción de un puente sobre el río Leza. El puente era importante para la zona, permitiría el paso de personas y mercancías ahorrando tiempo en recorrer largas distancias buscando un paso llano por el que cruzar el río.
El ingeniero acogió su nombramiento con entusiasmo y se lanzó a planificar y estimar todo lo que sería necesario para su construcción. Calculó con exactitud cuantos albañiles, grúas, poleas, andamios y cimbras necesitaría y pudo ver claramente que contando con 50 trabajadores podría terminar un puente como aquel en 4,7 años de trabajo.
Con los 600.000 sestercios que recibió para ejecutar este encargo se apresuró a comprar todo el material que había calculado y ordenó depositarlo a pie de obra. Reclutó los 50 albañiles que había estimado y los envió a orillas del río para empezar los trabajos cuanto antes. No había tiempo que perder, cuanto antes se comience, antes se podrá acabar.
Pronto los trabajadores le dijeron que no eran necesarias tantas poleas y grúas pero que los picos y sierras eran claramente muy pocos para el trabajo que había que hacer. No puedo hacer nada, dijo el ingeniero, ya se ha gastado la mayor parte del presupuesto y no queda gran cosa para comprar nuevo material. Tendrán que adaptarse a lo que hay.
La construcción continuó su curso haciéndose pronto evidente que todo no marchaba según lo previsto. El capataz explicó al ingeniero que la cantera de donde se traía la piedra estaba demasiado lejos y que la calzada estaba llena de baches y socavones desde la riada del pasado invierno. Se tardaba mucho en traer la piedra en carretas hasta el puente. Tendrán que hacer un esfuerzo extra, dijo el ingeniero, no hay tiempo ahora para arreglar la calzada.
El capataz también hizo saber al ingeniero que era necesario construir arcos entre los pilares del puente para reducir los materiales utilizados y, sobre todo, para mejorar la resistencia del puente. No hay tiempo ahora para florituras, dijo el ingeniero, vamos retrasados. Pondremos algo más de mortero en los pilares, con eso será suficiente.
Las noticias sobre la marcha del puente llegaban a oídos del Prefecto que desesperaba por la lentitud de las obras por lo que mandó llamar al ingeniero. El Prefecto necesitaba justificarse ante Roma y exigía que el puente estuviese acabado para las próximas fiestas saturnales. El ingeniero explicó que para conseguir tal cosa necesitaría al menos otros 50 trabajadores adicionales. Ante la presión, el Prefecto accedió y se comprometió a enviar los nuevos trabajadores en el plazo de 1 mes.
De vuelta en el puente, el ingeniero reunió a todos los trabajadores y les pidió un esfuerzo adicional para cumplir los compromisos. Los trabajadores no entendían cómo podían trabajar el doble de rápido si no tenían suficiente piedra para continuar y en cualquier caso siempre debían esperar a que el mortero secase.
Ni siquiera con los nuevos trabajadores pudo terminarse el puente a tiempo. No había herramientas para todos, la piedra seguía llegando con lentitud a la obra y los desmoronamientos eran habituales por las prisas en la construcción.
En la antigua Roma, los constructores de un puente debían colocarse debajo mientras la primera legión lo cruzaba. Es un buen aliciente para construir puentes firmes y sólidos ¿no crees?
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